Hola mi querido amigo. Espero sepas disculparme nuevamente por haberte dejado “vestido y alborotado” todo este tiempo. No es que me haya olvidado de ti. La realidad es que la vorágine de situaciones políticas, económicas y de todo tipo que están sucediendo en este mundo de lagrimas y desengaños hace que muchos proyectos no se puedan realizar en el tiempo previsto. Tenemos mucho ruido de sables, mi querido amigo, y eso no es bueno para nada.
Y mi charla contigo hoy versara –no confundas con versos poéticos- sobre la Orden de la Tizona de Mio Cid. Ni te cuento, querido y fiel amigo, el zaperoco que se armo en la tierra de las zetas –no confundas con el Cartel de los Zetas- cuando muy feliz y orgulloso di a conocer por medio de estas paginas cibernéticas la resurrección de dicha antiquísima entidad. Los petardos, cohetes y misiles que me dispararon los “dueños de la historia y de la verdad” me postraron en la mas profunda depresión. Me prohibieron usar ciertos escudos, me requirieron la Bula Papal de la “Santa Madre Iglesia” por la cual se autorizaba el funcionamiento de la Orden y también el visto bueno de los Reyes de España.
Ante tamaño desenfreno de solicitudes y desesperado por el palo que le pusieron a la rueda de la Orden, me dirigí al puente mas alto de la Florida con una gran piedra anudada al cuello para poner fin a toda esta enojosa situación.
Y mi charla contigo hoy versara –no confundas con versos poéticos- sobre la Orden de la Tizona de Mio Cid. Ni te cuento, querido y fiel amigo, el zaperoco que se armo en la tierra de las zetas –no confundas con el Cartel de los Zetas- cuando muy feliz y orgulloso di a conocer por medio de estas paginas cibernéticas la resurrección de dicha antiquísima entidad. Los petardos, cohetes y misiles que me dispararon los “dueños de la historia y de la verdad” me postraron en la mas profunda depresión. Me prohibieron usar ciertos escudos, me requirieron la Bula Papal de la “Santa Madre Iglesia” por la cual se autorizaba el funcionamiento de la Orden y también el visto bueno de los Reyes de España.
Ante tamaño desenfreno de solicitudes y desesperado por el palo que le pusieron a la rueda de la Orden, me dirigí al puente mas alto de la Florida con una gran piedra anudada al cuello para poner fin a toda esta enojosa situación.